sábado, 21 de febrero de 2009

¿Y tú, cuántas vidas has vivido?

Me llamo Pilar Ortega Facerias, aunque cada uno me llama como quiere, y a mí no me importa demasiado. Nací un bonito 31 de mayo del noventa, cayó en jueves, por si a alguien le interesa. Y se supone que soy catalana porque nací en Barcelona, pero en mi sangre hay una mezcla geográfica inimaginable, por eso yo más bien me considero ciudadana del mundo. Aparentemente no hay mucho que contar acerca de mí misma, un cambio de ciudad, unas notas bastante buenas, algún que otro viaje, un corazón roto, una caja llena de recuerdos y una sonrisa tatuada en el alma.

Pero, en realidad, he vivido tanto...

He vivido guerras, me he convertido en caballero y han amputado partes de mi cuerpo. He leído cartas ajenas. Me he comunicado con espíritus que me han puesto la piel de gallina. He hablado con animales. He paseado por el espacio y los mismos extraterrestres han venido a visitarme a mí. He reído. He llorado. He mentido. Me he hecho tatuajes. Lo confieso, alguna vez me he drogado. También he sufrido anorexia. En alguna ocasión me violaron. He tenido SIDA. Me he quedado embarazada. He tenido varios accidentes y he muerto unas cuantas veces. He viajado, en tren, en coche y en avión. He cometido locuras. He participado en carreras ilegales y he aparecido en las primeras páginas del periódico. He aprendido a conducir e, incluso, a cocinar. He jurado amor eterno. Me han amado, unas veces me he dejado querer y otras he correspondido. Han corrido riesgos por mí. Me han engañado. He asistido a muchas citas y he tenido mil primeras veces, todas distintas, todas especiales. Me han escrito poemas y han compuesto canciones para mí. He vuelto a los diecisiete en varias ocasiones. Una vez me teñí de rubia y mi vida chocó con la de un afamado publicista veinte años mayor que yo. Sí, eso sucedió cuando me dio por hablar italiano. Y fue en esa misma época cuando aquel épico motero camorrista, el que escondía un corazón de oro bajo su chupa, me robó el corazón. También he vivido en Washington y allí fue donde descubrí que no hay nada que siga siendo sólo un mito. Puede que alguna vez haya cambiado de sexo. Sí, hace tiempo me convertí en un joven francés, un alma incomprendida en busca de la esencia perfecta disfrazada de muchacha pelirroja. He matado..



He sido tantas personas..!

lunes, 9 de febrero de 2009

LA CITA


Noelia calza un treinta y ocho y esta tarde ha adornado sus delicados pies con unos arrebatadores Manolo Blahnik rojos, a juego con sus labios y con el fuego que arde en el centro de su cuerpo. Empieza a chispear y las primeras gotas del otoño la sorprenden, pero esa lluvia que tiñe el cielo de gris no la detiene. En vez de refugiarse en el portal de alguna casa (alguna a la que más de un ingenuo llamará hogar) sale a la calle y empieza a andar con paso firme. Camina acompañada por un leve tintineo, un ruido dorado de joyas, y haciendo alarde de una seguridad y valentía capaces de conseguir que Virginia Woolf perdiera la cabeza. Hoy es un jueves cualquiera, pero no será como todos los demás. Ella lo sabe, por eso parte con una pizca de ilusión más en el bolso. También lleva consigo un nombre que jamás desvelará, el de aquel mago que la hace sonreír sin servirse de trucos, el mismo que ella cortará en pedazos y que no podrá recomponerse tras la función. Se detiene con suficiencia delante de aquel viejo café, decidida a acabar con esa vida tejida a base de insatisfacciones, pues no es su cuerpo el único que pide a gritos un cambio. Se mira un instante en el mentiroso reflejo que le muestra el cristal de la puerta, se atusa el pelo con una elegancia propia de los años veinte, y se sonríe a sí misma antes de entrar. Allí está él, esperándola. Sin mediar palabra y apenas con un cruce de miradas, se toman de la mano y se dirigen juntos a un estudio, escaso de mobiliario pero con demasiados secretos que esconder, secretos que no le pertenecen a nadie y que narran historias de amoríos fugaces bajo las sábanas. Y allí, como ocurrió con tantos otros amantes, empieza su juego de seducción desleal. El aire fresco que entra por la ventana le acaricia la piel, arrancándole un poco de perfume para entregárselo a él. Pero no es el viento el culpable de ese bello erizado ni del "solo" que un corazón, incapaz de detenerse, ha empezado a tocar. A ninguno de los dos le interesa ser el protagonista de una bonita escena de amor, por eso se despojan rápidamente de sus ropas en lugar de desvestirse el uno al otro, dulce y cuidadosamente. No hay tiempo que perder. Él se aferra a su cuerpo y se amolda a su figura, deseando, sólo por un segundo, quedar encadenado a su piel. Ella lo besa y deja en su cuello marcas de pintalabios, eróticas huellas digitales. Entonces sucede. Sucede y los dos disfrutan, olvidándose de pensar durante unos instantes, sin saber quién posee a quién o cuál es el que se deja querer por el otro. Sucede y las gotas de sudor descienden por el rostro de él y se rompen entre las pestañas de ella. Sucede y ambos tratan de contener el aliento, para que reine en la estancia el silencio propio de los grandes momentos, pero al final se pierden entre gemidos. Los dos, hijos de la misma mentira, cabalgan incesantemente a lomos de una pasión desenfrenada, sin saber si existe un límite... pero el juego termina. Esa boca de mujer, la que ahora sabe a remordimientos y a placer, dibuja una sonrisa perfecta y dice:



- Hasta siempre amor...










Cuando Noelia cruza de nuevo el umbral de la puerta de su casa, una idea a la que nadie ha invitado pasa por su cabeza. Por un momento teme que su marido sea capaz de leer el pensamiento y que encuentre en los cajones de su memoria los archivos de ese encuentro prohibido...


miércoles, 4 de febrero de 2009

¿Quién escribe su historia?

Cuentan la historia de una amante de las palabras con ínfulas de escritora, actriz principal (y a la vez impaciente espectadora) de la obra de su vida, vestida siempre de sueños imposibles a los que rendir homenaje. Dicen que pasó su existencia refugiada detrás de palabras que no le pertenecían, usurpando personalidades y robando sentimientos ajenos, dicen que se escudaba en las historias de aquellas novelas, de los grandes clásicos y de los no tan clásicos; porque así se sentía arropada, porque la realidad...






¡La realidad es fría y huele a naftalina!