Y, de repente, te convertiste en algo más que pura adrenalina, ese cuerpo de sangre mezclada con gasolina. Dejaste de ser sólo esa peca capaz de hipnotizarme. O ese aroma que me abstrae del mundo, incluso cuando estás lejos... no, mejor dicho, incluso cuando no estás a mi lado, porque siempre te he sentido cerca, siempre te siento conmigo.
Justo el día en que conseguí que tu corazón fuese de papel [lo estrujo y ¡RAS!], en ese preciso instante en el que estuvimos a menos de 3mm de distancia, pasaste a ser mi compañero de alma. Sí, tú. Ese romántico para el que no existen imposibles, caballero andante que sin escudo se atreve a enfrentarse al mismo Destino si se pone en su contra y trata de impedirle llegar a donde quiere, con quien quiere. Y ahora ya me he acostumbrado a esos ojos que se clavan en mi piel, y a esa cara de embobado que se te queda cada vez que me ves reír. Cada noche sueño con ellos y con tus palabras: ‘¿Sabes que tienes una mirada preciosa?’. Y ya no sé si podría vivir sin lo que me hacen sentir. Por eso no quiero que dejes de mirarme así nunca, no mientras tú quieras seguir haciéndolo. Y créeme que yo haré todo lo posible para que no pierdas las ganas. Ya te lo dije, quiero hacerte FELIZ. Quiero seguir haciendo planes contigo, planes que sé que llevaremos a cabo. Quiero que acabemos perdidos en ese bosque que ya es nuestro, vivir a base de besos sobre una alfombra de colores otoñales y abrazarte fuerte fuerte fuerte... soñando acabar dentro de ti.
Y susurrarte al oído ‘SIEMPRE’. Sin miedo.